lunes, 28 de abril de 2014

Final del Juego, Julio Cortázar

Final del juego es un relato del escritor argentino Julio Cortázar, el cual fue publicado en el año 1956 junto a otros ocho cuentos por Editorial Los Presentes, siendo Final del juego quien daba nombre a dicha colección.
Cortázar fue siempre un escritor que caracterizó por sentir una fuerte inclinación por las temáticas surrealistas o que bien incorporaran elementos fantásticos y, aunque en este cuento no encontremos de manera explícita dichos elementos, si se puede respirar durante todo el relato ese aire irreal y mágico tan propio de la infancia.
Y es que la infancia ha servido desde siempre a incontables escritores para dar rienda suelta a su imaginación y trasportarnos, a través de sus juegos, a universos completamente maravillosos. Y es precisamente de un juego de lo que se sirve Cortázar para sentar la base de su relato, en el cual intenta abarcar algo tan complejo como es el paso de la infancia a la adolescencia, y las consecuencias que este tiene. Pero esta cuestión, en apariencia tan difícil de explicar, es narrada aquí con una sencillez y una veracidad asombrosas, ya que tanto la extensión del cuento en sí mismo (unas siete páginas) como su temática (de corte casi minimalista) convierten al relato en algo así como una fábula.
El cuento sigue la historia de tres hermanas (la narradora de la que no sabemos el nombre y sus hermanas Leticia y Holanda) que se dedican a jugar junto a las vías de tren a un juego que ellas llaman "las estatuas" y que consiste en que una de las tres adopte diferentes poses mientras es observada por los pasajeros de los trenes que pasan. Un día, mientras las niñas juegan, son vistas por un joven rubio llamado Ariel. A medida que pasan los días, el niño les escribe diferentes papeles alabando su juego y diciendo que quiere conocerlas. Tras concretar una cita, aparecen las dos hermanas menos Leticia (la cual padece una enfermedad que le impide moverse con facilidad), quien envía una carta a Ariel cuyo contenido desconocemos. Después de ese encuentro, se lleva a cabo una última representación por parte de Leticia mientras va ataviada con las joyas de su madre. El cuento finaliza con que, después de esto, Ariel no volvió a sentarse nunca más en el lado de la ventanilla donde pudiera ver a las hermanas.
El cuento, como gran parte de la obra de Cortázar, se ubica dentro del género que se conoce como "Realismo mágico", el cual trata de fusionar lo cotidiano con lo irreal para expresar diferentes emociones, así como una actitud subjetiva hacia la realidad, algo muy característico de las vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX y de las cuales, Cortázar es innegable deudor.
La subjetividad tiene aquí una clara importancia ya que el cuento, al igual que en otros muchos del escritor, está narrado en tercera persona, en este caso por una de las tres hermanas, de la cual, como ya se ha dicho, desconocemos su nombre. Pero Cortázar no se limita usar el recurso de contar la historia a través de una narradora como simple excusa para encontrarse en el centro de la acción dramática, sino que se pone literalmente en la piel de la niña, ofreciéndonos una historia en la que constantemente apreciamos características tan propias de esa etapa de la vida, además de hacer que nos preguntemos hasta qué punto la historia sucedió tal y como la cuenta la niña o si bien ha sido modificada por una mente imaginativa e inquieta. Es importante señalar que, al contrario que en la gran mayoría de obras de Cortázar, el narrador, aunque forma parte de la acción, no es el protagonista de la misma, así que hace que pueda jugar con las perspectivas y ocultar al lector diversas cosas claves para entender la obra. En la narración también apreciamos como Cortázar logra trasmitirnos la inocencia e ingenuidad de la niña, la cual construye un relato cuyo significado probablemente no termine de comprender. Y es aquí donde encontramos otra de las principales características de este cuento, la cual consiste en la capacidad de decirnos mucho más de lo que en apariencia aparece en el relato, esto es debido a que el pulido argumento hace que el lector deba tomar un papel activo, dando su propia opinión sobre los hechos. De esta manera, al final de la obra quedan varias preguntas abiertas como pueden ser el motivo por el cual Leticia no acudió a la cita (¿debido a su enfermedad o tal vez por temor a enamorarse del joven?) y, sobre todo, el contenido de la carta que las hermanas entregan a Ariel, el cual hace que este nunca más vuelva a acercarse a ellas, a las cuales nosotros mismos debemos dar respuesta aunque en mi opinión el hecho de dejar algunos cabos sueltos o del carácter abstracto de algunos elementos sirve para que estos funcionen mejor como elementos simbólicos de la obra. En definitiva, es como Cortázar se transformase de manera completa en una niña y, sintiendo y pensando como ella, nos contase una historia como solo una niña podría.
Algunos de estos elementos podrían ser las vías de tren como lugar donde se practican los juegos y donde el tiempo no tiene importancia, aunque su explicación más lógica es la de ser un lugar de paso (como todo el relato, en el cual se nos cuenta el inevitable paso a la madurez) donde a través de sus juegos tratan desesperadamente de detener el tiempo. Otro elemento de carácter metafórico es el juego en sí mismo, por el cual además de, como ya se ha dicho, tratar de detener el tiempo se busca la atención del resto de personas (los pasajeros) hasta descubrir a los hombres (representados por Ariel, y cuya aparición marca, sin duda, la inminente fisura con su niñez). Importante es también el final de dicho juego, donde Leticia se viste con las joyas de su madre, concluyendo con este de una manera apoteósica (como si del final de una ópera se tratase) optando por, en lugar de dejar la infancia de manera paulatina, tratar de hacerlo por la puerta grande. También, con esta última representación y tal y como dicen sus dos hermanas, Leticia consigue que la imagen de ella quede grabada para siempre en la memoria de Ariel. El juego, por tanto, tiene un papel protagonista a lo largo del libro, demostrando la obsesión del escritor argentino por estas creaciones infantiles, como demostrará seis años después en su obra maestra "Rayuela" la cual tiene diferentes lecturas, y como en el famoso juego, dependiendo del salto que des puede tener una interpretación u otra. Como se ha dicho, el papel de Ariel también tiene una enorme importancia, ya que no solo significa la aparición del género masculino, sino que supone el último empujón que ambas hermanas para saltar a la adolescencia. Y n no solo porque con él descubran el amor (en su concepto más abstracto) sino que también se encuentran de cara con todo lo que este implica como bien pueden ser los celos que sufren las hermanas cuando ven que es a Leticia a quien Ariel quiere (celos que aquí se ven mitigados por la enfermedad de esta) o el mismo desamor (vivido tanto en las dos hermanas de Leticia como en el Propio Ariel).
Por último señalar de nuevo la importancia de la carta que Leticia envía a Ariel de la cual, al igual que la caja que Séverine recibe en Belle de Jour, nunca se nos revela su contenido pero sirve como elemento conductor que da pie al final de la obra y, por tanto, al final de la infancia.
Algunos elementos del relato como la narración en primera persona (utilizado aquí de una manera novedosa y arriesgada), la profundización en la psicología de sus personajes (y la evolución a lo largo de la obra de los mismos), así como el carácter abstracto y abierto de algunas cuestiones fundamentales son características propias de las vanguardias europeas que se centraron en el individuo y en la perspectiva del mundo del mismo.

Señalar por último que el cuento fue uno de los géneros más explorados por los escritores sudamericanos del boom y Cortázar fue, sin duda, uno de sus principales maestros, teniendo la capacidad de crear personajes e historias muy vivas pese a la extensión de los mismos.


miércoles, 2 de abril de 2014

La Casa de Bernarda Alba, Teatro Español

La casa de Bernarda Alba fue escrita por Federico García Lorca alrededor del año 1936, pero no fue publicada ni estrenada hasta el año 1945, nueve después de su muerte.  Desde esta fecha, se han llevado a cabo innumerables representaciones de la que, para muchos críticos, es la obra maestra de su autor, convirtiéndose en una de las obras españolas más representadas y una de las más célebres del siglo XX.
La obra cuenta la historia de Bernarda y sus cinco hijas que, tras la muerte de su marido, decide vivir un largo luto durante varios años. Durante el citado encierro a causa del luto Pepe el romano pretende a la hija mayor, Angustias, debido a la fortuna heredada por esta, mientras tiene encuentros a escondidas con la hija menor de Bernarda, Adela. En los tres actos que dura la obra Lorca reflexiona sobre varios temas como el papel de la mujer, las tradiciones rurales o la situación en la que se encontraba España durante esos años, todo ello bajo una historia de amores y desamores que acaban por tener un final trágico. Como es habitual en el resto de la obra de Lorca, aquí confluyen tradición y vanguardia, además de introducir numerosos como simbolismos que van desde los nombres a continuas metáforas, tanto visuales como verbales.


Creo que el hecho de ser una obra representada hasta la saciedad y de la que se le ha exprimido casi todo lo imaginable hace que algunas propuestas más innovadoras y arriesgadas como estas sean agradecidas. Y es que la Compañía Tribueñe (un proyecto teatral que lleva varios años actuando en la Sala Tribuñe, de tamaño reducido y con propuestas bastantes experimentales) se ha atrevido a dar el gran salto al teatro español (sin duda uno de los más importantes de la capital) con una arriesgada representación de uno de los clásicos del poeta y dramaturgo granadino.

Los directores Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica apuestan por un estilo muy visual y colorido, con un detallismo y una cuidadísima iluminación verdaderamente admirables. Manteniéndose siempre (o casi siempre) fiel al texto original, las dos cabezas detrás de esta propuesta se valen de la ya citada iluminación, de la música y de unas originales y divertidas coreografías para aportar aún mayor dramatismo y teatralidad, si cabe, a la obra original.
Y es que, aunque en algunos momentos se tiende a sobreinterpretar el texto y darle una entonación diferente de las representaciones más habituales, lo que en un principio más puede chocar al espectador de a pie es las cuidadísimas coreografías que dan, a su vez, un nuevo sentido a la obra. Pero estas logradas composiciones no se encuentran únicamente en el constante juego de abanicos (por otro lado sublime) sino que reside en casi todas las escenas de la representación, bien cuando las hermanas están cosiendo, cuando Bernarda y Poncio hablan sobre la situación en la casa o, y he aquí una de las más logradas y trabajadas, la escena en la que Adela y Martirio rondan de noche por la casa, utilizando para representar esta situación, en vez de los mecanismos clásicos del teatro, un juego de luces y de puertas, ya que cada personaje se va desplazando con la puerta que le corresponde, dotándose por tanto de un significado especial al decorado que, literalmente, cobra vida.

Y en cuanto a lo que el decorado se refiere, señalar lo minimalista de este, haciendo que, como se ha dicho, los propios personajes vayan formándolo a medida que avanza la narración, además de introducir algunos elementos realmente originales como la improvisada mesa hecha por una manta blanca y sujeta por Bernarda y las hermanas, que estratégicamente sentadas, comen todas a la vez como si de una gran danza se tratase y con claras referencias a la última cena. Pero no es solo aquí donde la iconografía religiosa tiene una evidente importancia, sino que en toda la representación se deja entrever la profunda huella que el cristianismo tenía en esa época, destacando el momento de la crucifixión, que aporta un dramatismo sublima y que aporta de nuevo un doble sentido a las palabras del texto original. Los directores también se valen del recurso que Lorca empleo usando nombres simbólicos para las protagonistas, muchos de estos bíblicos, para enriquecerlo con una fuerte iconografía religiosa, tal y como se observa en el martirio que sufre la propia Martirio por amar a escondidas a Pepe el romano.

Por último es importante hablar de la música, que si bien en algunas ocasiones funciona de perfecto acompañamiento a la representación o a las coreografías (que en muchas ocasiones no tendrían sentido sin la propia música) en otras hace que las interpretaciones caigan en el exceso y que los personajes no parezcan respirar por sí mismos. En mi opinión el reiterado uso de canciones populares (sobre todo en el último acto) así como de temas clásicos hace que finalmente se vaya de las manos este recurso que, inexplicablemente, parece que hoy es de uso obligado en el teatro. Creo que también se intenta llenar con esta cualquier silencio existente, algo que no podría ser mas erróneo, ya que en muchas ocasiones o permite reflexionar al espectador sobre lo que está viendo o poner a este en tensión.
 Es, por lo tanto, por el uso de la música por lo que la interesante propuesta que la Compañía Tribuñe nos propone se acerque en algunas ocasiones a la genialidad y en otros a la banalidad y ostentosidad pero que tiene como resultado final un curiosísimo experimento que se agradece en el plano teatral de hoy en día.