lunes, 28 de abril de 2014

Final del Juego, Julio Cortázar

Final del juego es un relato del escritor argentino Julio Cortázar, el cual fue publicado en el año 1956 junto a otros ocho cuentos por Editorial Los Presentes, siendo Final del juego quien daba nombre a dicha colección.
Cortázar fue siempre un escritor que caracterizó por sentir una fuerte inclinación por las temáticas surrealistas o que bien incorporaran elementos fantásticos y, aunque en este cuento no encontremos de manera explícita dichos elementos, si se puede respirar durante todo el relato ese aire irreal y mágico tan propio de la infancia.
Y es que la infancia ha servido desde siempre a incontables escritores para dar rienda suelta a su imaginación y trasportarnos, a través de sus juegos, a universos completamente maravillosos. Y es precisamente de un juego de lo que se sirve Cortázar para sentar la base de su relato, en el cual intenta abarcar algo tan complejo como es el paso de la infancia a la adolescencia, y las consecuencias que este tiene. Pero esta cuestión, en apariencia tan difícil de explicar, es narrada aquí con una sencillez y una veracidad asombrosas, ya que tanto la extensión del cuento en sí mismo (unas siete páginas) como su temática (de corte casi minimalista) convierten al relato en algo así como una fábula.
El cuento sigue la historia de tres hermanas (la narradora de la que no sabemos el nombre y sus hermanas Leticia y Holanda) que se dedican a jugar junto a las vías de tren a un juego que ellas llaman "las estatuas" y que consiste en que una de las tres adopte diferentes poses mientras es observada por los pasajeros de los trenes que pasan. Un día, mientras las niñas juegan, son vistas por un joven rubio llamado Ariel. A medida que pasan los días, el niño les escribe diferentes papeles alabando su juego y diciendo que quiere conocerlas. Tras concretar una cita, aparecen las dos hermanas menos Leticia (la cual padece una enfermedad que le impide moverse con facilidad), quien envía una carta a Ariel cuyo contenido desconocemos. Después de ese encuentro, se lleva a cabo una última representación por parte de Leticia mientras va ataviada con las joyas de su madre. El cuento finaliza con que, después de esto, Ariel no volvió a sentarse nunca más en el lado de la ventanilla donde pudiera ver a las hermanas.
El cuento, como gran parte de la obra de Cortázar, se ubica dentro del género que se conoce como "Realismo mágico", el cual trata de fusionar lo cotidiano con lo irreal para expresar diferentes emociones, así como una actitud subjetiva hacia la realidad, algo muy característico de las vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX y de las cuales, Cortázar es innegable deudor.
La subjetividad tiene aquí una clara importancia ya que el cuento, al igual que en otros muchos del escritor, está narrado en tercera persona, en este caso por una de las tres hermanas, de la cual, como ya se ha dicho, desconocemos su nombre. Pero Cortázar no se limita usar el recurso de contar la historia a través de una narradora como simple excusa para encontrarse en el centro de la acción dramática, sino que se pone literalmente en la piel de la niña, ofreciéndonos una historia en la que constantemente apreciamos características tan propias de esa etapa de la vida, además de hacer que nos preguntemos hasta qué punto la historia sucedió tal y como la cuenta la niña o si bien ha sido modificada por una mente imaginativa e inquieta. Es importante señalar que, al contrario que en la gran mayoría de obras de Cortázar, el narrador, aunque forma parte de la acción, no es el protagonista de la misma, así que hace que pueda jugar con las perspectivas y ocultar al lector diversas cosas claves para entender la obra. En la narración también apreciamos como Cortázar logra trasmitirnos la inocencia e ingenuidad de la niña, la cual construye un relato cuyo significado probablemente no termine de comprender. Y es aquí donde encontramos otra de las principales características de este cuento, la cual consiste en la capacidad de decirnos mucho más de lo que en apariencia aparece en el relato, esto es debido a que el pulido argumento hace que el lector deba tomar un papel activo, dando su propia opinión sobre los hechos. De esta manera, al final de la obra quedan varias preguntas abiertas como pueden ser el motivo por el cual Leticia no acudió a la cita (¿debido a su enfermedad o tal vez por temor a enamorarse del joven?) y, sobre todo, el contenido de la carta que las hermanas entregan a Ariel, el cual hace que este nunca más vuelva a acercarse a ellas, a las cuales nosotros mismos debemos dar respuesta aunque en mi opinión el hecho de dejar algunos cabos sueltos o del carácter abstracto de algunos elementos sirve para que estos funcionen mejor como elementos simbólicos de la obra. En definitiva, es como Cortázar se transformase de manera completa en una niña y, sintiendo y pensando como ella, nos contase una historia como solo una niña podría.
Algunos de estos elementos podrían ser las vías de tren como lugar donde se practican los juegos y donde el tiempo no tiene importancia, aunque su explicación más lógica es la de ser un lugar de paso (como todo el relato, en el cual se nos cuenta el inevitable paso a la madurez) donde a través de sus juegos tratan desesperadamente de detener el tiempo. Otro elemento de carácter metafórico es el juego en sí mismo, por el cual además de, como ya se ha dicho, tratar de detener el tiempo se busca la atención del resto de personas (los pasajeros) hasta descubrir a los hombres (representados por Ariel, y cuya aparición marca, sin duda, la inminente fisura con su niñez). Importante es también el final de dicho juego, donde Leticia se viste con las joyas de su madre, concluyendo con este de una manera apoteósica (como si del final de una ópera se tratase) optando por, en lugar de dejar la infancia de manera paulatina, tratar de hacerlo por la puerta grande. También, con esta última representación y tal y como dicen sus dos hermanas, Leticia consigue que la imagen de ella quede grabada para siempre en la memoria de Ariel. El juego, por tanto, tiene un papel protagonista a lo largo del libro, demostrando la obsesión del escritor argentino por estas creaciones infantiles, como demostrará seis años después en su obra maestra "Rayuela" la cual tiene diferentes lecturas, y como en el famoso juego, dependiendo del salto que des puede tener una interpretación u otra. Como se ha dicho, el papel de Ariel también tiene una enorme importancia, ya que no solo significa la aparición del género masculino, sino que supone el último empujón que ambas hermanas para saltar a la adolescencia. Y n no solo porque con él descubran el amor (en su concepto más abstracto) sino que también se encuentran de cara con todo lo que este implica como bien pueden ser los celos que sufren las hermanas cuando ven que es a Leticia a quien Ariel quiere (celos que aquí se ven mitigados por la enfermedad de esta) o el mismo desamor (vivido tanto en las dos hermanas de Leticia como en el Propio Ariel).
Por último señalar de nuevo la importancia de la carta que Leticia envía a Ariel de la cual, al igual que la caja que Séverine recibe en Belle de Jour, nunca se nos revela su contenido pero sirve como elemento conductor que da pie al final de la obra y, por tanto, al final de la infancia.
Algunos elementos del relato como la narración en primera persona (utilizado aquí de una manera novedosa y arriesgada), la profundización en la psicología de sus personajes (y la evolución a lo largo de la obra de los mismos), así como el carácter abstracto y abierto de algunas cuestiones fundamentales son características propias de las vanguardias europeas que se centraron en el individuo y en la perspectiva del mundo del mismo.

Señalar por último que el cuento fue uno de los géneros más explorados por los escritores sudamericanos del boom y Cortázar fue, sin duda, uno de sus principales maestros, teniendo la capacidad de crear personajes e historias muy vivas pese a la extensión de los mismos.


miércoles, 2 de abril de 2014

La Casa de Bernarda Alba, Teatro Español

La casa de Bernarda Alba fue escrita por Federico García Lorca alrededor del año 1936, pero no fue publicada ni estrenada hasta el año 1945, nueve después de su muerte.  Desde esta fecha, se han llevado a cabo innumerables representaciones de la que, para muchos críticos, es la obra maestra de su autor, convirtiéndose en una de las obras españolas más representadas y una de las más célebres del siglo XX.
La obra cuenta la historia de Bernarda y sus cinco hijas que, tras la muerte de su marido, decide vivir un largo luto durante varios años. Durante el citado encierro a causa del luto Pepe el romano pretende a la hija mayor, Angustias, debido a la fortuna heredada por esta, mientras tiene encuentros a escondidas con la hija menor de Bernarda, Adela. En los tres actos que dura la obra Lorca reflexiona sobre varios temas como el papel de la mujer, las tradiciones rurales o la situación en la que se encontraba España durante esos años, todo ello bajo una historia de amores y desamores que acaban por tener un final trágico. Como es habitual en el resto de la obra de Lorca, aquí confluyen tradición y vanguardia, además de introducir numerosos como simbolismos que van desde los nombres a continuas metáforas, tanto visuales como verbales.


Creo que el hecho de ser una obra representada hasta la saciedad y de la que se le ha exprimido casi todo lo imaginable hace que algunas propuestas más innovadoras y arriesgadas como estas sean agradecidas. Y es que la Compañía Tribueñe (un proyecto teatral que lleva varios años actuando en la Sala Tribuñe, de tamaño reducido y con propuestas bastantes experimentales) se ha atrevido a dar el gran salto al teatro español (sin duda uno de los más importantes de la capital) con una arriesgada representación de uno de los clásicos del poeta y dramaturgo granadino.

Los directores Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica apuestan por un estilo muy visual y colorido, con un detallismo y una cuidadísima iluminación verdaderamente admirables. Manteniéndose siempre (o casi siempre) fiel al texto original, las dos cabezas detrás de esta propuesta se valen de la ya citada iluminación, de la música y de unas originales y divertidas coreografías para aportar aún mayor dramatismo y teatralidad, si cabe, a la obra original.
Y es que, aunque en algunos momentos se tiende a sobreinterpretar el texto y darle una entonación diferente de las representaciones más habituales, lo que en un principio más puede chocar al espectador de a pie es las cuidadísimas coreografías que dan, a su vez, un nuevo sentido a la obra. Pero estas logradas composiciones no se encuentran únicamente en el constante juego de abanicos (por otro lado sublime) sino que reside en casi todas las escenas de la representación, bien cuando las hermanas están cosiendo, cuando Bernarda y Poncio hablan sobre la situación en la casa o, y he aquí una de las más logradas y trabajadas, la escena en la que Adela y Martirio rondan de noche por la casa, utilizando para representar esta situación, en vez de los mecanismos clásicos del teatro, un juego de luces y de puertas, ya que cada personaje se va desplazando con la puerta que le corresponde, dotándose por tanto de un significado especial al decorado que, literalmente, cobra vida.

Y en cuanto a lo que el decorado se refiere, señalar lo minimalista de este, haciendo que, como se ha dicho, los propios personajes vayan formándolo a medida que avanza la narración, además de introducir algunos elementos realmente originales como la improvisada mesa hecha por una manta blanca y sujeta por Bernarda y las hermanas, que estratégicamente sentadas, comen todas a la vez como si de una gran danza se tratase y con claras referencias a la última cena. Pero no es solo aquí donde la iconografía religiosa tiene una evidente importancia, sino que en toda la representación se deja entrever la profunda huella que el cristianismo tenía en esa época, destacando el momento de la crucifixión, que aporta un dramatismo sublima y que aporta de nuevo un doble sentido a las palabras del texto original. Los directores también se valen del recurso que Lorca empleo usando nombres simbólicos para las protagonistas, muchos de estos bíblicos, para enriquecerlo con una fuerte iconografía religiosa, tal y como se observa en el martirio que sufre la propia Martirio por amar a escondidas a Pepe el romano.

Por último es importante hablar de la música, que si bien en algunas ocasiones funciona de perfecto acompañamiento a la representación o a las coreografías (que en muchas ocasiones no tendrían sentido sin la propia música) en otras hace que las interpretaciones caigan en el exceso y que los personajes no parezcan respirar por sí mismos. En mi opinión el reiterado uso de canciones populares (sobre todo en el último acto) así como de temas clásicos hace que finalmente se vaya de las manos este recurso que, inexplicablemente, parece que hoy es de uso obligado en el teatro. Creo que también se intenta llenar con esta cualquier silencio existente, algo que no podría ser mas erróneo, ya que en muchas ocasiones o permite reflexionar al espectador sobre lo que está viendo o poner a este en tensión.
 Es, por lo tanto, por el uso de la música por lo que la interesante propuesta que la Compañía Tribuñe nos propone se acerque en algunas ocasiones a la genialidad y en otros a la banalidad y ostentosidad pero que tiene como resultado final un curiosísimo experimento que se agradece en el plano teatral de hoy en día.



domingo, 30 de marzo de 2014

Yo, Inspector de Alcantarillas

Ernesto Giménez Caballero es uno de los más importantes (y a la vez desconocidos) introductores de la corriente vanguardista en nuestro país. A menudo olvidado por los críticos debido a su posterior conversión al fascismo, su obra, aunque con muchos altibajos y con grandes periodos de inactividad, supone una interesante muestra del resultado que se obtiene al fusionar movimientos en apariencia tan contradictorios como vanguardismo y fascismo con su imponente personalidad, que guste o no, permitió introducir en España muchos de los movimientos artísticos que en los años 20 comenzaban a despuntar en Europa.


Hoy día quizá es más conocido por su importante labor periodística, comenzando a colaborar en el periódico El Sol junto a Ortega y Gasset para finalmente fundar y dirigir en 1927 La Gaceta Literaria, una de las revistas culturales de finales de los años 20, en cuyas páginas colaboraron intelectuales de la talla de Lorca o el propio Ortega, convirtiéndose en la publicación vanguardista más importante española y ofreciendo oportunidades a varios jóvenes intelectuales en ese momento desconocidos.

Aunque su carrera como escritor se inició en 1923 con el libro "Notas marruecas de un soldado" donde el autor da su propia visión de la guerra tras su experiencia como soldado en el país africano, es en 1928 cuando publica la que será su obra más aplaudida, "Yo, inspector de alcantarillas" en la que el escritor madrileño deja claras algunas de sus principales influencias como Joyce, Freud, Apollinaire y toda la corriente surrealista, así como otros movimientos vanguardistas importantes como el futurismo o el dadaísmo.
Y es que precisamente la novela es una especie de cóctel de la gran mayoría de vanguardias y movimientos renovadores que por aquel entonces despuntaban en el panorama artístico internacional, aunque en mi opinión hay uno que prima por encima del resto, el surrealismo. Aunque Giménez Caballero rechazó en un principio asociarse a un único movimiento, varios años después y ya en plena dictadura franquista, el escritor afirmó en repetidas ocasiones que a él se debía la introducción del movimiento surrealista en España con su inspector de alcantarillas, previo a las obras de carácter surrealista de Lorca o Alberti.
"Yo, inspector de alcantarillas" fue escrita en 1928, cuando el autor contaba con 29 años y tres libros ya a sus espaldas, además de encontrarse al frente de la revista La Gaceta Literaria. La novela fue concebida tras un viaje a Italia que los críticos han considerado fundamental para entender el resto de la obra del autor, ya que fue allí donde se sintió fascinado por el fascismo italiano de Mussolini, lo que le llevó no mucho tiempo después a adoptar dicha ideología y a ver a Franco como al salvador que España necesitaba.
En mi opinión, es importante que su novela más importante se encuadre en este periodo ya que si bien el espíritu renovador y vanguardista es lo que prima en ella, pueden apreciarse ciertos toques de su posterior ideología fascista en algunos capítulos de la obra como en Crimen, pero inefable o Datos para una solución.
El libro está compuesto de tres partes claramente diferenciadas. La primera de ellas es una especie de prólogo subdivido a su vez en otras tres partes tituladas Yo, Inspector y Alcantarillas en el que el autor juega con las tres palabras que componen el título de su obra para dejar claro al lector que se enfrenta a un texto en el cual prima el subconsciente del artista y que, por lo tanto, depende en gran medida de él atribuirle un significado o algún tipo de nexo entre sus partes. Aunque nunca siendo claro del todo y recurriendo siempre a términos que pueden tener un doble sentido, creo que la intención de Giménez Claro en este prólogo es advertirnos de que el libro es una especie de viaje por sus propias obsesiones y donde todo está narrado desde una perspectiva subjetiva, la suya. Esto se aprecia sobre todo en Yo, donde el escritor da una visión bastante egocéntrica del mundo, lo que significa que a partir de entonces veremos el mundo a través de sus ojos.
Tras este prólogo encontramos la segunda parte, la cual compone en su mayoría el libro y que, a su vez, contiene doce capítulos, cada uno de ellos independientes y sin un nexo aparente y en los que el autor narra hechos muy dispares en torno a temas muy variados.
La tercera y última parte, las fichas textuales, es, sin duda, la más experimental y vanguardista del libro, siendo algunas de ellas prácticamente incomprensibles y teniendo un valor más bien sintáctico que literario, debido a los numerosos juegos de palabras, así como descriptivos que el autor realiza en alguna de las fichas.
En cuanto a la temática se refiere, es muy difícil hablar de un único argumento en el que se centre el libro, ya que si bien formalmente sí contiene algunas pautas comunes a lo largo de toda la novela como su carácter vanguardista y renovador, los juegos de palabras, o su tendencia al surrealismo y a ahondar en la psique humana, en cada capítulo el autor reflexiona sobre asuntos de lo más dispares y en los que, en ocasiones, cuesta darles un significado concreto.
Por ejemplo, en el primero de los doce relatos, titulado El redentor mal parido y al que el autor dio el subtítulo de Poema de la mula, es un monólogo del propio animal compuesto de sus impresiones sobre la gran metrópoli en la que está entrando y en la situación en la que esta se encuentra. A través de los ojos de la mula, el autor da su impresión sobre la ciudad y sobre sus ciudadanos (encarnados en la figura del cruel dueño del animal) y que se ubica en esa línea entre lo pesimista y lo cómico que estará presente en toda la obra. Por otro lado, el quinto capítulo (titulado Datos para una solución) es una descripción minuciosa en treinta páginas de un personaje X y del cual se nos cuentan los datos detallados de su faz, de sus aficiones y de su comportarse.

Estos dos ejemplos explican muy bien la temática ecléctica del libro. Pese a esto, no creo que daba considerarse al libro como una simple colección de relatos ya que opino que, por algún motivo u otro, el autor decidió ordenarlos así por un motivo concreto, como si de un collage de sus impresiones del mundo se tratase.
Pese a la variedad de temas, creo que hay dos que destacan por encima del resto, siendo estos el sexo y la religión, aunque creo que es el primero, el deseo carnal, el que predomina en el libro.
La moral de la época, aunque había avanzado bastante en comparación al siglo pasado, todavía seguía siendo muy conservadora, restrictiva y bastante atrasada respecto a otros países como Alemania o Francia. Por ello, la mayoría de episodios relacionados con la sexualidad, se centran en torno a temas tabú o a las obsesiones más internas e inconfesables del narrador en cuestión (dependiendo del relato). Por ejemplo, en Lectura oblicua se nos cuenta la obsesión de un marido que ha cometido adulterio, en Uno y su hermana la trama gira en torno al incesto y en Aventura con hermafrodita, el narrador se obsesiona con una extraña muchacha que vive doblegada por la voluntad de su madre y que además tiene serios problemas de personalidad.
La religión y la idea de Dios, por su parte, ocupan un lugar importante en Apertura y extinción de luces, donde el protagonista implora desesperado a un Dios que parece no escucharle mientras que en Esa vaca y yo, un hombre hastiado de la vida se pregunta por el significado de la religión. Pese a esto, la religión normalmente aparece junto al tema sexual, como barrera o causa de la represión sexual o bien como parte del propio fetichismo como en Monjas, donde el autor realiza un retrato de una "monja blanca" y otra "monja negra".
Sin embargo, el relato que más me ha llamado la atención de todo el libro es el titulado Infancia de don Juan, donde de nuevo se vuelven a mezclar la temática sexual y la religiosa. En él se narra la obsesión de un estudiante por un compañero suyo, con un claro contenido homoerótico "¿Se creerá que no pensaba en otra cosa más que en él aquellas noches cuando me acodaba en el jardín?" con el que mantiene una relación idealista que durará toda la vida del narrado ya que, pese a pasar varios años sin haberle visto y tras pasar a formar parte de la orden los jesuitas, el protagonista confiesa que nunca se ha excitado por otra persona que no fuese él, cuyo recuerdo le sirve como motivo de existencia, adoptando una actitud pasiva frente al resto del mundo. Su relación con su compañero de estudios finalizará con la expulsión de este cuando los párrocos de la escuela le descubren masturbándose en el cáliz de la capilla.
Creo que es innegable la valentía de Giménez Caballero al tratar temas que en la época todavía estaban mal vistos como la homosexualidad, o describir una blasfemia como la que el chico realiza en su escuela. Por otro lado, creo que también es una crítica a aquellos curas que sin tener fe eran ordenados miembros de la iglesia, ya que el protagonista afirma que ingresó en la orden simplemente por inercia, por seguir la corriente, algo que sería retomado tres años después por Unamuno en San Manuel Bueno, mártir. También me ha llamado la atención el hecho de que el protagonista del relato opte por dedicar toda su vida a la Iglesia, mientras que su objeto de deseo se reveló contra la misma de una manera tan escandalosa y radical, lo que creo que puede deberse a su necesidad de ocultar dicho deseo, siendo el modo más eficaz la religión, la cual su compañero trató de eliminar de su vida, convirtiéndose en algo así como el opuesto a la misma y a sus ideales y el mejor lugar donde refugiarse.
Como se ha visto, es difícil hablar de una narración desde el punto de vista de la acción, ya que en la mayoría de los relatos lo que prima es la descripción y la reflexión o exposición de determinados pensamientos en base a unos recuerdos previos, es decir, toda la obra está enfocada desde una perspectiva psicológica. Por eso creo que, por encima del resto de influencias, destaca la de Freud, figura de la cual se nutrió gran parte de los artistas surrealistas. En mi opinión la obra funciona como resultado del psicoanálisis, es decir, que los diferentes episodios que componen la obra en su conjunto, son una especie de pensamientos o deseos del propio autor que a través de la literatura, y como si de un inspector de alcantarillas se tratase (siendo la alcantarilla el propio cerebro) tratase de sacarlos a la luz a través de su linterna, en este caso la palabra. Esto se aprecia en el hecho de que los doce relatos que componen la esencia del libro están narrados en primera persona, desde una perspectiva interior y casi a modo de confesión.

En conclusión, creo que la obra "Yo, inspector de alcantarillas" de Giménez Caballero es fundamental para comprender el desarrollo de las vanguardias en nuestro país, más en concreto del surrealismo y que en muchas ocasiones es olvidada en la historia de la literatura debido a la polémica ideología del autor, que ha hecho que gran parte de su producción sea menospreciada y tratada de propagandística.

lunes, 10 de marzo de 2014

Dalí versus Picasso

Fernando Arrabal es ampliamente considerado como uno de los dramaturgos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y, a día de hoy, probablemente se encuentre entre las personalidades culturales más importantes de nuestro país, una auténtica leyenda en vida. Además de dramaturgo, el melillense también ha escrito numerosas novelas, así como poesía o ensayos, además de dirigir varias películas, como la aclamada "Viva la muerte". Además formó parte del movimiento surrealista, estableciendo contacto con los principales artistas de la época y fundó en 1963 junto con sus amigos  Alejandro Jodorowsky y Roland Topor el prestigioso y polémico Grupo Pánico.

Tal vez sea cierto que a día de hoy, en pleno siglo XXI, la obra de Fernando Arrabal ya no levanta tanto revuelo como en su día pudieron hacerlo su incómodo teatro político o sus controvertidas performance junto al ya citado Grupo Pánico, al igual que la de Jodorowsky ya no se ha vuelto tan radical ni barroca, pero lo que es seguro que es que todavía sigue dando mucho que hablar. Y es que bien será por el paso de los años o porque los tiempos  han cambiado, Arrabal ya no tiene que pelear con uñas y dientes porque sus obras sean representadas (aunque obviamente siguen sin ser bien digeridas por una mayoría) y puede hacer, a sus 81 años, lo que le venga en gana.

Y que eso es precisamente lo que hace en esta última obra estrenada en las Naves del Matadero de Madrid, en la cual demuestra que su imaginación y su enfermizo humor siguen tan vivos como siempre. "Dalí versus Picasso" probablemente desilusione a muchos de los espectadores que vayan al teatro en busca de una reflexión por parte de los pintores sobre su obra o un diálogo entre el Malagueño y el Figuerense debatiendo sobre su arte e intercambiando puntos de vista, ya que podríamos decir que esta obra se aleja por completo de todas las expectativas que un espectador de a pie podría tener de un encuentro entre estos dos genios. Pero Arrabal no decepciona, siempre fiel a sí mismo, opta por una representación surrealista en el París de los años 30, ambientada en plena Guerra Civil Española, tras el trágico bombardeo de la localidad Guernica y en el que se nos muestra un siempre hilarante diálogo entre los dos pintores sobre temas diversos, muchos de ellos banales, y con la constante intervención de las voces de sus respectivas mujeres, que tirarán cuchillos de un lado a otro durante toda la obra. Además, el escenario estará presidido por una olla judías, como si del centro del mundo se tratase y como clara referencia al cuadro de Dalí "Construcción blanda con judías hervidas", que él mismo repetirá incansable durante la obra que con dicho cuadro predijo la catástrofe de la Guerra Civil, representando las legumbres por tanto la presencia del horror misma en esa habitación, tomadas como objeto de culto por parte del pintor Catalán, por las que manifiesta su incondicional amor. 

Pero además de voces de musas, cuchillos y judías, Arrabal se atreve a introducir en escena lo que parece ser un cabrito gigante (que el resto de personajes parecen conocer y tratan con afecto) y el cual no tendrá ningún reparo en orinar sobre el mismísimo Guernica de Picasso. 
Pese a estar esta duelo de titanes en apariencia muy igualado, en mi opinión Arrabal toma partido en este combate por Dalí (probablemente por las evidentes inclinaciones surrealistas del dramaturgo), retrando a este como un ciudadano educado, excéntrico y comprometido con sus orígenes, algo así como una especie de profecta, frente a un Picasso con un marcado y bastante vulgar acento que se preocupa más por cómo conseguirá vender su próximo cuadro que por el futuro del país que lo ha visto nacer. 

Arrabal ha logrado, por tanto, un notable resultado que no decepcionará a sus seguidores (que no son pocos), creando un combate no ya verbal sino simbólico en el que confluirán sobre el escenario elementos tan dispares como las citadas judías o el cabrito con una amputación de los genitales, todo ello guiado por un diálogo confuso y absurdo pero siempre ameno y divertido que dará paso al inevitable final en el que Arrabal nos recuerda que todo esto no es más que pura fantasía, parodiándose a sí mismo y afirmando que esta obra no es más que fruto de una mente desequilibrada. Destacar por último que es alarmante ver la poca relevancia que ha tenido dicha obra que, pese a estar anunciada por toda la capital, no ha conseguido colgar ni un día el cartel de completo, lo que en mi opinión es bastante preocupante porque poco más se puede pedir hoy en día a nuestra teatro, una obra escrita por uno de los mayores genios del siglo XX sobre otros dos genios que no necesitan carta de presentación, una obra que, en definitiva, pone por primera vez a la cabeza del cartel a tres de los artistas mas revolucionarios y aclamados de la historia de nuestro país. Fernando Arrabal, siempre en la frontera entre la genialidad y lo hortera y desagradable, vuelve a demostrar todavía puede hacer mucho ruido.