Fernando Arrabal es ampliamente considerado como uno de los
dramaturgos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y, a día de hoy,
probablemente se encuentre entre las personalidades culturales más importantes
de nuestro país, una auténtica leyenda en vida. Además de dramaturgo, el
melillense también ha escrito numerosas novelas, así como poesía o ensayos,
además de dirigir varias películas, como la aclamada "Viva la muerte". Además
formó parte del movimiento surrealista, estableciendo contacto con los principales
artistas de la época y fundó en 1963 junto con sus amigos Alejandro Jodorowsky y Roland Topor el
prestigioso y polémico Grupo Pánico.
Tal vez sea cierto que a día de hoy, en pleno siglo XXI, la
obra de Fernando Arrabal ya no levanta tanto revuelo como en su día pudieron
hacerlo su incómodo teatro político o sus controvertidas performance junto al ya citado Grupo Pánico, al igual que la de Jodorowsky ya no se ha vuelto tan radical
ni barroca, pero lo que es seguro que es que todavía sigue dando mucho que
hablar. Y es que bien será por el paso de los años o porque los tiempos han cambiado, Arrabal ya no tiene que pelear con
uñas y dientes porque sus obras sean representadas (aunque obviamente siguen
sin ser bien digeridas por una mayoría) y puede hacer, a sus 81 años, lo que le
venga en gana.
Y que eso es precisamente lo que hace en esta última obra
estrenada en las Naves del Matadero de Madrid, en la cual demuestra que su
imaginación y su enfermizo humor siguen tan vivos como siempre. "Dalí versus
Picasso" probablemente desilusione a muchos de los espectadores que vayan
al teatro en busca de una reflexión por parte de los pintores sobre su obra o un
diálogo entre el Malagueño y el Figuerense debatiendo sobre su arte e
intercambiando puntos de vista, ya que podríamos decir que esta obra se aleja por
completo de todas las expectativas que un espectador de a pie podría tener de
un encuentro entre estos dos genios. Pero Arrabal no decepciona, siempre fiel a
sí mismo, opta por una representación surrealista en el París de los años 30,
ambientada en plena Guerra Civil Española, tras el trágico bombardeo de la
localidad Guernica y en el que se nos muestra un siempre hilarante diálogo
entre los dos pintores sobre temas diversos, muchos de ellos banales, y con la
constante intervención de las voces de sus respectivas mujeres, que tirarán
cuchillos de un lado a otro durante toda la obra. Además, el escenario estará
presidido por una olla judías, como si del centro del mundo se tratase y como
clara referencia al cuadro de Dalí "Construcción blanda con judías
hervidas", que él mismo repetirá incansable durante la obra que con dicho cuadro predijo la
catástrofe de la Guerra Civil, representando las legumbres por tanto la presencia del horror misma en esa habitación, tomadas como objeto de culto por parte del pintor Catalán, por las que manifiesta su incondicional amor.
Pero además de voces de musas, cuchillos y judías, Arrabal se atreve a introducir en escena lo que parece ser un cabrito gigante (que el resto de personajes parecen conocer y tratan con afecto) y el cual no tendrá ningún reparo en orinar sobre el mismísimo Guernica de Picasso.
Pese a estar esta duelo de titanes en apariencia muy igualado, en mi opinión Arrabal toma partido en este combate por Dalí (probablemente por las evidentes inclinaciones surrealistas del dramaturgo), retrando a este como un ciudadano educado, excéntrico y comprometido con sus orígenes, algo así como una especie de profecta, frente a un Picasso con un marcado y bastante vulgar acento que se preocupa más por cómo conseguirá vender su próximo cuadro que por el futuro del país que lo ha visto nacer.
Arrabal ha logrado, por tanto, un notable resultado que no decepcionará a sus seguidores (que no son pocos), creando un combate no ya verbal sino simbólico en el que confluirán sobre el escenario elementos tan dispares como las citadas judías o el cabrito con una amputación de los genitales, todo ello guiado por un diálogo confuso y absurdo pero siempre ameno y divertido que dará paso al inevitable final en el que Arrabal nos recuerda que todo esto no es más que pura fantasía, parodiándose a sí mismo y afirmando que esta obra no es más que fruto de una mente desequilibrada. Destacar por último que es alarmante ver la poca relevancia que ha tenido dicha obra que, pese a estar anunciada por toda la capital, no ha conseguido colgar ni un día el cartel de completo, lo que en mi opinión es bastante preocupante porque poco más se puede pedir hoy en día a nuestra teatro, una obra escrita por uno de los mayores genios del siglo XX sobre otros dos genios que no necesitan carta de presentación, una obra que, en definitiva, pone por primera vez a la cabeza del cartel a tres de los artistas mas revolucionarios y aclamados de la historia de nuestro país. Fernando Arrabal, siempre en la frontera entre la genialidad y lo hortera y desagradable, vuelve a demostrar todavía puede hacer mucho ruido.
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