domingo, 30 de marzo de 2014

Yo, Inspector de Alcantarillas

Ernesto Giménez Caballero es uno de los más importantes (y a la vez desconocidos) introductores de la corriente vanguardista en nuestro país. A menudo olvidado por los críticos debido a su posterior conversión al fascismo, su obra, aunque con muchos altibajos y con grandes periodos de inactividad, supone una interesante muestra del resultado que se obtiene al fusionar movimientos en apariencia tan contradictorios como vanguardismo y fascismo con su imponente personalidad, que guste o no, permitió introducir en España muchos de los movimientos artísticos que en los años 20 comenzaban a despuntar en Europa.


Hoy día quizá es más conocido por su importante labor periodística, comenzando a colaborar en el periódico El Sol junto a Ortega y Gasset para finalmente fundar y dirigir en 1927 La Gaceta Literaria, una de las revistas culturales de finales de los años 20, en cuyas páginas colaboraron intelectuales de la talla de Lorca o el propio Ortega, convirtiéndose en la publicación vanguardista más importante española y ofreciendo oportunidades a varios jóvenes intelectuales en ese momento desconocidos.

Aunque su carrera como escritor se inició en 1923 con el libro "Notas marruecas de un soldado" donde el autor da su propia visión de la guerra tras su experiencia como soldado en el país africano, es en 1928 cuando publica la que será su obra más aplaudida, "Yo, inspector de alcantarillas" en la que el escritor madrileño deja claras algunas de sus principales influencias como Joyce, Freud, Apollinaire y toda la corriente surrealista, así como otros movimientos vanguardistas importantes como el futurismo o el dadaísmo.
Y es que precisamente la novela es una especie de cóctel de la gran mayoría de vanguardias y movimientos renovadores que por aquel entonces despuntaban en el panorama artístico internacional, aunque en mi opinión hay uno que prima por encima del resto, el surrealismo. Aunque Giménez Caballero rechazó en un principio asociarse a un único movimiento, varios años después y ya en plena dictadura franquista, el escritor afirmó en repetidas ocasiones que a él se debía la introducción del movimiento surrealista en España con su inspector de alcantarillas, previo a las obras de carácter surrealista de Lorca o Alberti.
"Yo, inspector de alcantarillas" fue escrita en 1928, cuando el autor contaba con 29 años y tres libros ya a sus espaldas, además de encontrarse al frente de la revista La Gaceta Literaria. La novela fue concebida tras un viaje a Italia que los críticos han considerado fundamental para entender el resto de la obra del autor, ya que fue allí donde se sintió fascinado por el fascismo italiano de Mussolini, lo que le llevó no mucho tiempo después a adoptar dicha ideología y a ver a Franco como al salvador que España necesitaba.
En mi opinión, es importante que su novela más importante se encuadre en este periodo ya que si bien el espíritu renovador y vanguardista es lo que prima en ella, pueden apreciarse ciertos toques de su posterior ideología fascista en algunos capítulos de la obra como en Crimen, pero inefable o Datos para una solución.
El libro está compuesto de tres partes claramente diferenciadas. La primera de ellas es una especie de prólogo subdivido a su vez en otras tres partes tituladas Yo, Inspector y Alcantarillas en el que el autor juega con las tres palabras que componen el título de su obra para dejar claro al lector que se enfrenta a un texto en el cual prima el subconsciente del artista y que, por lo tanto, depende en gran medida de él atribuirle un significado o algún tipo de nexo entre sus partes. Aunque nunca siendo claro del todo y recurriendo siempre a términos que pueden tener un doble sentido, creo que la intención de Giménez Claro en este prólogo es advertirnos de que el libro es una especie de viaje por sus propias obsesiones y donde todo está narrado desde una perspectiva subjetiva, la suya. Esto se aprecia sobre todo en Yo, donde el escritor da una visión bastante egocéntrica del mundo, lo que significa que a partir de entonces veremos el mundo a través de sus ojos.
Tras este prólogo encontramos la segunda parte, la cual compone en su mayoría el libro y que, a su vez, contiene doce capítulos, cada uno de ellos independientes y sin un nexo aparente y en los que el autor narra hechos muy dispares en torno a temas muy variados.
La tercera y última parte, las fichas textuales, es, sin duda, la más experimental y vanguardista del libro, siendo algunas de ellas prácticamente incomprensibles y teniendo un valor más bien sintáctico que literario, debido a los numerosos juegos de palabras, así como descriptivos que el autor realiza en alguna de las fichas.
En cuanto a la temática se refiere, es muy difícil hablar de un único argumento en el que se centre el libro, ya que si bien formalmente sí contiene algunas pautas comunes a lo largo de toda la novela como su carácter vanguardista y renovador, los juegos de palabras, o su tendencia al surrealismo y a ahondar en la psique humana, en cada capítulo el autor reflexiona sobre asuntos de lo más dispares y en los que, en ocasiones, cuesta darles un significado concreto.
Por ejemplo, en el primero de los doce relatos, titulado El redentor mal parido y al que el autor dio el subtítulo de Poema de la mula, es un monólogo del propio animal compuesto de sus impresiones sobre la gran metrópoli en la que está entrando y en la situación en la que esta se encuentra. A través de los ojos de la mula, el autor da su impresión sobre la ciudad y sobre sus ciudadanos (encarnados en la figura del cruel dueño del animal) y que se ubica en esa línea entre lo pesimista y lo cómico que estará presente en toda la obra. Por otro lado, el quinto capítulo (titulado Datos para una solución) es una descripción minuciosa en treinta páginas de un personaje X y del cual se nos cuentan los datos detallados de su faz, de sus aficiones y de su comportarse.

Estos dos ejemplos explican muy bien la temática ecléctica del libro. Pese a esto, no creo que daba considerarse al libro como una simple colección de relatos ya que opino que, por algún motivo u otro, el autor decidió ordenarlos así por un motivo concreto, como si de un collage de sus impresiones del mundo se tratase.
Pese a la variedad de temas, creo que hay dos que destacan por encima del resto, siendo estos el sexo y la religión, aunque creo que es el primero, el deseo carnal, el que predomina en el libro.
La moral de la época, aunque había avanzado bastante en comparación al siglo pasado, todavía seguía siendo muy conservadora, restrictiva y bastante atrasada respecto a otros países como Alemania o Francia. Por ello, la mayoría de episodios relacionados con la sexualidad, se centran en torno a temas tabú o a las obsesiones más internas e inconfesables del narrador en cuestión (dependiendo del relato). Por ejemplo, en Lectura oblicua se nos cuenta la obsesión de un marido que ha cometido adulterio, en Uno y su hermana la trama gira en torno al incesto y en Aventura con hermafrodita, el narrador se obsesiona con una extraña muchacha que vive doblegada por la voluntad de su madre y que además tiene serios problemas de personalidad.
La religión y la idea de Dios, por su parte, ocupan un lugar importante en Apertura y extinción de luces, donde el protagonista implora desesperado a un Dios que parece no escucharle mientras que en Esa vaca y yo, un hombre hastiado de la vida se pregunta por el significado de la religión. Pese a esto, la religión normalmente aparece junto al tema sexual, como barrera o causa de la represión sexual o bien como parte del propio fetichismo como en Monjas, donde el autor realiza un retrato de una "monja blanca" y otra "monja negra".
Sin embargo, el relato que más me ha llamado la atención de todo el libro es el titulado Infancia de don Juan, donde de nuevo se vuelven a mezclar la temática sexual y la religiosa. En él se narra la obsesión de un estudiante por un compañero suyo, con un claro contenido homoerótico "¿Se creerá que no pensaba en otra cosa más que en él aquellas noches cuando me acodaba en el jardín?" con el que mantiene una relación idealista que durará toda la vida del narrado ya que, pese a pasar varios años sin haberle visto y tras pasar a formar parte de la orden los jesuitas, el protagonista confiesa que nunca se ha excitado por otra persona que no fuese él, cuyo recuerdo le sirve como motivo de existencia, adoptando una actitud pasiva frente al resto del mundo. Su relación con su compañero de estudios finalizará con la expulsión de este cuando los párrocos de la escuela le descubren masturbándose en el cáliz de la capilla.
Creo que es innegable la valentía de Giménez Caballero al tratar temas que en la época todavía estaban mal vistos como la homosexualidad, o describir una blasfemia como la que el chico realiza en su escuela. Por otro lado, creo que también es una crítica a aquellos curas que sin tener fe eran ordenados miembros de la iglesia, ya que el protagonista afirma que ingresó en la orden simplemente por inercia, por seguir la corriente, algo que sería retomado tres años después por Unamuno en San Manuel Bueno, mártir. También me ha llamado la atención el hecho de que el protagonista del relato opte por dedicar toda su vida a la Iglesia, mientras que su objeto de deseo se reveló contra la misma de una manera tan escandalosa y radical, lo que creo que puede deberse a su necesidad de ocultar dicho deseo, siendo el modo más eficaz la religión, la cual su compañero trató de eliminar de su vida, convirtiéndose en algo así como el opuesto a la misma y a sus ideales y el mejor lugar donde refugiarse.
Como se ha visto, es difícil hablar de una narración desde el punto de vista de la acción, ya que en la mayoría de los relatos lo que prima es la descripción y la reflexión o exposición de determinados pensamientos en base a unos recuerdos previos, es decir, toda la obra está enfocada desde una perspectiva psicológica. Por eso creo que, por encima del resto de influencias, destaca la de Freud, figura de la cual se nutrió gran parte de los artistas surrealistas. En mi opinión la obra funciona como resultado del psicoanálisis, es decir, que los diferentes episodios que componen la obra en su conjunto, son una especie de pensamientos o deseos del propio autor que a través de la literatura, y como si de un inspector de alcantarillas se tratase (siendo la alcantarilla el propio cerebro) tratase de sacarlos a la luz a través de su linterna, en este caso la palabra. Esto se aprecia en el hecho de que los doce relatos que componen la esencia del libro están narrados en primera persona, desde una perspectiva interior y casi a modo de confesión.

En conclusión, creo que la obra "Yo, inspector de alcantarillas" de Giménez Caballero es fundamental para comprender el desarrollo de las vanguardias en nuestro país, más en concreto del surrealismo y que en muchas ocasiones es olvidada en la historia de la literatura debido a la polémica ideología del autor, que ha hecho que gran parte de su producción sea menospreciada y tratada de propagandística.

lunes, 10 de marzo de 2014

Dalí versus Picasso

Fernando Arrabal es ampliamente considerado como uno de los dramaturgos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y, a día de hoy, probablemente se encuentre entre las personalidades culturales más importantes de nuestro país, una auténtica leyenda en vida. Además de dramaturgo, el melillense también ha escrito numerosas novelas, así como poesía o ensayos, además de dirigir varias películas, como la aclamada "Viva la muerte". Además formó parte del movimiento surrealista, estableciendo contacto con los principales artistas de la época y fundó en 1963 junto con sus amigos  Alejandro Jodorowsky y Roland Topor el prestigioso y polémico Grupo Pánico.

Tal vez sea cierto que a día de hoy, en pleno siglo XXI, la obra de Fernando Arrabal ya no levanta tanto revuelo como en su día pudieron hacerlo su incómodo teatro político o sus controvertidas performance junto al ya citado Grupo Pánico, al igual que la de Jodorowsky ya no se ha vuelto tan radical ni barroca, pero lo que es seguro que es que todavía sigue dando mucho que hablar. Y es que bien será por el paso de los años o porque los tiempos  han cambiado, Arrabal ya no tiene que pelear con uñas y dientes porque sus obras sean representadas (aunque obviamente siguen sin ser bien digeridas por una mayoría) y puede hacer, a sus 81 años, lo que le venga en gana.

Y que eso es precisamente lo que hace en esta última obra estrenada en las Naves del Matadero de Madrid, en la cual demuestra que su imaginación y su enfermizo humor siguen tan vivos como siempre. "Dalí versus Picasso" probablemente desilusione a muchos de los espectadores que vayan al teatro en busca de una reflexión por parte de los pintores sobre su obra o un diálogo entre el Malagueño y el Figuerense debatiendo sobre su arte e intercambiando puntos de vista, ya que podríamos decir que esta obra se aleja por completo de todas las expectativas que un espectador de a pie podría tener de un encuentro entre estos dos genios. Pero Arrabal no decepciona, siempre fiel a sí mismo, opta por una representación surrealista en el París de los años 30, ambientada en plena Guerra Civil Española, tras el trágico bombardeo de la localidad Guernica y en el que se nos muestra un siempre hilarante diálogo entre los dos pintores sobre temas diversos, muchos de ellos banales, y con la constante intervención de las voces de sus respectivas mujeres, que tirarán cuchillos de un lado a otro durante toda la obra. Además, el escenario estará presidido por una olla judías, como si del centro del mundo se tratase y como clara referencia al cuadro de Dalí "Construcción blanda con judías hervidas", que él mismo repetirá incansable durante la obra que con dicho cuadro predijo la catástrofe de la Guerra Civil, representando las legumbres por tanto la presencia del horror misma en esa habitación, tomadas como objeto de culto por parte del pintor Catalán, por las que manifiesta su incondicional amor. 

Pero además de voces de musas, cuchillos y judías, Arrabal se atreve a introducir en escena lo que parece ser un cabrito gigante (que el resto de personajes parecen conocer y tratan con afecto) y el cual no tendrá ningún reparo en orinar sobre el mismísimo Guernica de Picasso. 
Pese a estar esta duelo de titanes en apariencia muy igualado, en mi opinión Arrabal toma partido en este combate por Dalí (probablemente por las evidentes inclinaciones surrealistas del dramaturgo), retrando a este como un ciudadano educado, excéntrico y comprometido con sus orígenes, algo así como una especie de profecta, frente a un Picasso con un marcado y bastante vulgar acento que se preocupa más por cómo conseguirá vender su próximo cuadro que por el futuro del país que lo ha visto nacer. 

Arrabal ha logrado, por tanto, un notable resultado que no decepcionará a sus seguidores (que no son pocos), creando un combate no ya verbal sino simbólico en el que confluirán sobre el escenario elementos tan dispares como las citadas judías o el cabrito con una amputación de los genitales, todo ello guiado por un diálogo confuso y absurdo pero siempre ameno y divertido que dará paso al inevitable final en el que Arrabal nos recuerda que todo esto no es más que pura fantasía, parodiándose a sí mismo y afirmando que esta obra no es más que fruto de una mente desequilibrada. Destacar por último que es alarmante ver la poca relevancia que ha tenido dicha obra que, pese a estar anunciada por toda la capital, no ha conseguido colgar ni un día el cartel de completo, lo que en mi opinión es bastante preocupante porque poco más se puede pedir hoy en día a nuestra teatro, una obra escrita por uno de los mayores genios del siglo XX sobre otros dos genios que no necesitan carta de presentación, una obra que, en definitiva, pone por primera vez a la cabeza del cartel a tres de los artistas mas revolucionarios y aclamados de la historia de nuestro país. Fernando Arrabal, siempre en la frontera entre la genialidad y lo hortera y desagradable, vuelve a demostrar todavía puede hacer mucho ruido.