miércoles, 2 de abril de 2014

La Casa de Bernarda Alba, Teatro Español

La casa de Bernarda Alba fue escrita por Federico García Lorca alrededor del año 1936, pero no fue publicada ni estrenada hasta el año 1945, nueve después de su muerte.  Desde esta fecha, se han llevado a cabo innumerables representaciones de la que, para muchos críticos, es la obra maestra de su autor, convirtiéndose en una de las obras españolas más representadas y una de las más célebres del siglo XX.
La obra cuenta la historia de Bernarda y sus cinco hijas que, tras la muerte de su marido, decide vivir un largo luto durante varios años. Durante el citado encierro a causa del luto Pepe el romano pretende a la hija mayor, Angustias, debido a la fortuna heredada por esta, mientras tiene encuentros a escondidas con la hija menor de Bernarda, Adela. En los tres actos que dura la obra Lorca reflexiona sobre varios temas como el papel de la mujer, las tradiciones rurales o la situación en la que se encontraba España durante esos años, todo ello bajo una historia de amores y desamores que acaban por tener un final trágico. Como es habitual en el resto de la obra de Lorca, aquí confluyen tradición y vanguardia, además de introducir numerosos como simbolismos que van desde los nombres a continuas metáforas, tanto visuales como verbales.


Creo que el hecho de ser una obra representada hasta la saciedad y de la que se le ha exprimido casi todo lo imaginable hace que algunas propuestas más innovadoras y arriesgadas como estas sean agradecidas. Y es que la Compañía Tribueñe (un proyecto teatral que lleva varios años actuando en la Sala Tribuñe, de tamaño reducido y con propuestas bastantes experimentales) se ha atrevido a dar el gran salto al teatro español (sin duda uno de los más importantes de la capital) con una arriesgada representación de uno de los clásicos del poeta y dramaturgo granadino.

Los directores Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica apuestan por un estilo muy visual y colorido, con un detallismo y una cuidadísima iluminación verdaderamente admirables. Manteniéndose siempre (o casi siempre) fiel al texto original, las dos cabezas detrás de esta propuesta se valen de la ya citada iluminación, de la música y de unas originales y divertidas coreografías para aportar aún mayor dramatismo y teatralidad, si cabe, a la obra original.
Y es que, aunque en algunos momentos se tiende a sobreinterpretar el texto y darle una entonación diferente de las representaciones más habituales, lo que en un principio más puede chocar al espectador de a pie es las cuidadísimas coreografías que dan, a su vez, un nuevo sentido a la obra. Pero estas logradas composiciones no se encuentran únicamente en el constante juego de abanicos (por otro lado sublime) sino que reside en casi todas las escenas de la representación, bien cuando las hermanas están cosiendo, cuando Bernarda y Poncio hablan sobre la situación en la casa o, y he aquí una de las más logradas y trabajadas, la escena en la que Adela y Martirio rondan de noche por la casa, utilizando para representar esta situación, en vez de los mecanismos clásicos del teatro, un juego de luces y de puertas, ya que cada personaje se va desplazando con la puerta que le corresponde, dotándose por tanto de un significado especial al decorado que, literalmente, cobra vida.

Y en cuanto a lo que el decorado se refiere, señalar lo minimalista de este, haciendo que, como se ha dicho, los propios personajes vayan formándolo a medida que avanza la narración, además de introducir algunos elementos realmente originales como la improvisada mesa hecha por una manta blanca y sujeta por Bernarda y las hermanas, que estratégicamente sentadas, comen todas a la vez como si de una gran danza se tratase y con claras referencias a la última cena. Pero no es solo aquí donde la iconografía religiosa tiene una evidente importancia, sino que en toda la representación se deja entrever la profunda huella que el cristianismo tenía en esa época, destacando el momento de la crucifixión, que aporta un dramatismo sublima y que aporta de nuevo un doble sentido a las palabras del texto original. Los directores también se valen del recurso que Lorca empleo usando nombres simbólicos para las protagonistas, muchos de estos bíblicos, para enriquecerlo con una fuerte iconografía religiosa, tal y como se observa en el martirio que sufre la propia Martirio por amar a escondidas a Pepe el romano.

Por último es importante hablar de la música, que si bien en algunas ocasiones funciona de perfecto acompañamiento a la representación o a las coreografías (que en muchas ocasiones no tendrían sentido sin la propia música) en otras hace que las interpretaciones caigan en el exceso y que los personajes no parezcan respirar por sí mismos. En mi opinión el reiterado uso de canciones populares (sobre todo en el último acto) así como de temas clásicos hace que finalmente se vaya de las manos este recurso que, inexplicablemente, parece que hoy es de uso obligado en el teatro. Creo que también se intenta llenar con esta cualquier silencio existente, algo que no podría ser mas erróneo, ya que en muchas ocasiones o permite reflexionar al espectador sobre lo que está viendo o poner a este en tensión.
 Es, por lo tanto, por el uso de la música por lo que la interesante propuesta que la Compañía Tribuñe nos propone se acerque en algunas ocasiones a la genialidad y en otros a la banalidad y ostentosidad pero que tiene como resultado final un curiosísimo experimento que se agradece en el plano teatral de hoy en día.



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